martes, 3 de mayo de 2011

Historias de la Gran Vía II: Las veintiuna primaveras de Raquel

gv11 Nadie había llamado al móvil, ningún mensaje, raro. Últimamente tenía tanta actividad en el que decidió apagarlo por la noche para poder dormir y no lo encendía hasta que salía de casa por las mañanas, Mikel había comentado por facebook una foto de ella de las últimas vacaciones en la playa y poco mas.

El autobús tardo poco mas de quince minutos en llegar a la Gran Vía, le daba tiempo a tomar un café rápido, hacía frío y se notaba en su indumentaria, una minifalda de lana gris, medias negras tupidas con unas botas de tacón bajo cómodas para moverse rápido. una blusa en gris mas claro y una chaqueta negra de paño ceñida a la cintura, un pañuelo blanco al cuello y el pelo suelto, nunca se ponía nada en la cabeza, de pequeña solo le gustaba llevar diademas pero al crecer hasta eso le molestaba. Manías que nunca se preguntaba por que tenía, solo iba a la peluquería muy de tarde en tarde a sanear puntas, le ponía nerviosa que le tocasen la cabeza.

Era la enésima entrevista de trabajo a la que acudía, sin muchas esperanzas a no ser por que esta vez iba recomendada por Luisa, amiga de su madre de toda la vida y taquillera desde hacía mas de veinte años en el Lope de Vega que aquel día la saludo desde su puesto de trabajo mientras terminaba de despachar unas entrada a una mujer –Buenos días Raquel, preciosa- le dijo al entrar. Fuese lo que fuese diría que si, además, trabajar en el teatro se le antojaba original apasionante, divertido.

Seis de Mayo, habían pasado casi cuatro meses desde aquella entrevista, ese día cumplía los veintiún años, tenía que entrar al trabajo en el teatro dos horas antes de que empezase la función. Recordó el frío que hacía aquella mañana, incluso dentro del teatro, el jefe de personal le propuso entrar dentro del equipo de acomodadores sustituyendo a una compañera durante su permiso de maternidad, aceptó antes de que terminase la oportuna explicación que Raquel casi ni escuchaba de la excitación que le entró. 

El primer día del nuevo puesto no se hizo difícil, un compañero, Sergio, le enseñó lo que tenía que hacer –sobre todo se muy amable y procura sonreír, eso hará que las propinas sean mas generosas- -¿propinas? –te puedes sacar un buen sobresueldo, hazme caso- nunca se había planteado aquello, no había vuelto a ir al teatro desde que era pequeña e iba con el colegio, ni siquiera recordaba que hubiese acomodadores. No había vuelto a pisar una sala hasta ahora así que todo le parecía nuevo, excitante. Poco antes de empezar la función le sonó el móvil, era un mensaje de Mikel, le daba corte mirar así que cuando se empezaban a apagar las luces y mientras una voz avisaba que había que desconectar los teléfonos, miró rápido –suerte, guapa-, sonrió y aprovecho para apagarlo. Cuando a la hora exacta se apagaron las luces y empezó la función se quedo petrificada junto a la puerta, los compañeros le explicaron que podía ver la obra ya que durante ese tiempo no había nada que hacer.

Se subió el telón, empezó la música de Los Miserables, Raquel se transportó a otro mundo, la magia del teatro la envolvió de tal manera que ya no veía butacas, ni luces, a medida que pasaba el tiempo sentía como si ella estuviese en el escenario viviendo la vida de los personajes, como le podía estar pasando eso, ella que era tan pragmática, no era de las estar soñando, no solía tener fantasías estúpidas. Poco antes de acabar la primera parte se abrió la puerta y entró el compañero que había hecho de cicerone, de repente bajó de las nubes –¿Que tal?- Raquel sonrió pero no dijo nada, se encendieron las luces y la gente empezó a levantarse, unos corriendo al servicio y otros a la calle a fumar. En quince minutos de descanso todo estaba listo para aguantar esa avalancha a la que camareros y demás empleados estaban acostumbrados.

Se volvió a apagar la luz y de nuevo se evadió, la música la cautivó y al final lloró no sabía si de tristeza o de emoción. Cuando se encendieron las luces aún estaba limpiándose las lágrimas y una señora mayor de las primeras en levantarse la miró y le dijo –Que suerte, poder ver esto todo los días-.

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Ya habían pasado casi cuatro meses y absolutamente todos los días veía la obra entera, no se cansaba. Había podido  conocer a todo el equipo artístico, compartir con ellos los nervios de antes de la función, la alegría de después al saber que todo había salido bien. Pero aquel 6 de Mayo sería su último función, al día siguiente regresaba la compañera a la que había estado sustituyendo. Justo el día que hacía su veintiún cumpleaños –menuda mierda de día para la hacer los años- se dijo –mañana, a empezar a buscar trabajo de nuevo- se sintió como una especie de cenicienta a la que el baile le había durado mucho mas que una noche, de alguna manera era afortunada pero eso no la consolaba. Aquella mañana el móvil estaba plagado de mensajes y llamadas perdidas, el facebook rebosaba actividad, muchos de sus 181 amigos le habían dejado notas con frases cariñosas, la mejor la que le dedicó Mikel con el que había surgido una amistad muy especial a pesar de que vivía en San Sebastián y no se conocían personalmente

Durante la obra lloró varias veces aunque hoy mas por la pena de no poder seguir disfrutando de ese pequeño lujo que por otra cosa. Llegó el final, se encendieron la luces y se abrieron las puertas, en poco mas de veinte minutos todo se quedó vacío, empezaron con la rutina de recoger entre las butacas los programas de mano que la gente se dejaba por cualquier sitio. De repente y sin darse cuenta se había quedado sola en la sala, ninguno de sus compañeros estaba allí, no se oía un alma, le pareció raro, las luces se fueron apagando como cuando iba a empezar la obra, se asustó, se encendió un foco en el escenario y una voz entre bambalinas empezó a cantar el “Un día mas” que cerraba el primer acto, poco a poco se fueron uniendo todas las voces de la compañía. Raquel no daba crédito, al terminar se dio cuenta que todos sus compañeros estaban alrededor de ella, empezaron a felicitarla, abrazarla y darle besos. Después todos le cantaron el “Feliz en tu día” que su hermano Pepe le cantaba en todos los cumpleaños, casi siempre por teléfono, estuviese donde estuviese. Se puso a llorar, era lo mas bonito que le habían hecho nunca. Sergio le entregó un sobre –toma, es tu regalo- iba con el membrete del teatro –mas regalo que esto- dijo, lo abrió y era una carta, se puso a llorar de nuevo. Le hacían fija como acomodadora dentro de la empresa, no tendría que dejar su puesto.

Al día siguiente, al bajar del autobús miró alrededor, llevaba mas de una semana sin llover y la primavera parecía querer quedarse por fin en Madrid, la Gran Vía estaba aún tranquila a esas horas de la siesta a pesar del incesante ruido del tráfico y el continuo ir y venir de la gente que ya empezaba a llenar las aceras. Se preguntó si a alguna hora esta calle se quedaría desierta, ya hacía calor, aún era pronto así que se sentó en una terraza a tomar un granizado del limón antes de entrar al teatro. Era como su pequeña celebración intima por su cumpleaños y por seguir trabajando en algo que había llegado a apasionarle, oyó un aviso de mensaje en el móvil, era de Mikel “Que pena que con un día tan bonito estés tan sola tomando algo” –¿Qué?- se dijo, como podía saberlo, y al alzar la vista estaba de pie, enfrente de ella. Se sonrieron sin saber muy bien que decir…

En el interior de la cafetería Carlos miraba a la calle, el café que se acababa de tomar le había puesto aún mas nervioso, el reloj digital que estaba dentro de la barra marcaba los segundos que a él le parecían eternos, había quedado con su novio para romper con él. Vio a una joven que se levantaba de su asiento y abrazaba a un chico mas alto que ella, guapo, fuerte –que suerte tienen algunas- pensó mientras la amargura le quemaba por dentro. El camarero limpiaba unas copas, otro cliente dejaba el dinero de la cuenta en la barra…

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