miércoles, 26 de octubre de 2011

Historias de la Gran Vía III: No habrá verano para Oscar

Habían quedado a las cinco, no son mas de las cuatro y media y Carlos ya se encuentra en el Nebraska, no le gusta hacer esperar así que tiene la manía o costumbre, depende como se mire, de llegar siempre antes de la hora. Hoy con mucha amargura por que lo que va a hacer no es agradable, no le gusta pero es necesario. Cortar con Oscar es lo mas difícil que ha hecho en su vida.

Pide un café en la barra y mira el móvil por si le hubiese llamado, Oscar no es precisamente puntual aunque es verdad que queda aún mas de veinte minutos para las cinco. Carlos recuerda los momentos buenos, que han sido muchos pero también los malos, si los pone en una balanza estaría promediado, no cree que una relación tenga que tener esa equidad, lo positivo debe superar por amplía mayoría y con Oscar no es así.

Su cabeza va rápido, de la balanza pasa a aquel primer encuentro en un bar de Chueca, se habían conocido unos días antes por un chat, no confiaba mucho, las fotos que le había enviado no eran muy prometedoras pero a las malas que podía pasar, tomas algo, una pequeña conversación sin descartar un polvo rápido y cada uno para su casa, como tantas otras veces. Llegó él antes como sucedería en el futuro siempre, al rato Oscar apareció por la puerta, sonriendo, con ese pelo de loco que en otro quedaría mal y sin embargo en él era perfecto –¿Carlos?- dijo –Sabía que eras tú - ¿Por qué?- Eres igual de serio que por el chat – Pero si no hemos hablado aún – y Oscar sonrió, con esa risa que hacía que te olvidases de todo. De aquel primer encuentro siempre recuerda aquella sonrisa…

El café se le enfría, no se da cuenta pero pasan los minutos, se lo toma y pide otro, mira el reloj, ya son las cinco, no espera que Oscar sea puntual, no lo ha sido nunca, solo espera que no tarde mucho, está nervioso y quiere acabar cuanto antes.

Llevaban tres meses, Carlos lo recuerda como si fuese ayer mismo, un día en un bar se le acercó un tío, algo mas mayor que él, creyó que intentaba ligar, Oscar había ido al servicio –Hola- dijo, él contestó sin mucha gana, el desconocido preguntó –¿Eres amigo de Oscar? - ¿Por…? – por si os apetecía venir a mi casa, la otra vez él y su amigo se lo pasaron muy bien conmigo –Perdona, creo que te confundes-. Oscar salió del baño y les vio hablando –¿Que pasa Carlos? - Este tío dice que has estado en su casa con otro tío ¿Es cierto?- Oscar lo negó, pero el otro tío insistió –Qué rápido se te olvida, y eso que solo hace un par de semanas- Carlos daba por hecho que podía haber pasado algo así antes de conocerse pero que sucediese solo unos días antes le descolocó…

El segundo café ya era historia, una lagrima lo había amargado. Después de aquel encuentro tuvieron su primera gran pelea, Carlos le dejó, cortó con él pero a los pocos días, cuando todo se hubo tranquilizado, volvieron. Oscar se presentó en su casa con un ramo de rosas que le parecieron de lo mas cursi pero que acompañado de su sonrisa bastaron para que le medio perdonase y que después de una tarde de sexo, en solo unas horas el perdón fuese completo.

-Perdone, ¿Desea que le ponga algo mas?- El camarero hace que regrese de sus recuerdos, Carlos se le queda observando, detrás en la estantería de la barra, un reloj digital marca las cinco y media –Otro café, por favor-.

El primer viaje que hicieron fue cerca, en verano, Oscar había empezado a trabajar hacía poco y no tenía vacaciones así que aprovecharon un fin de semana para hacer una escapada a Cádiz. Después hicieron muchos mas, pero aquel fue el mas especial de todos. Estuvieron juntos todo el tiempo, enamorados, sin importar el resto del mundo, riendo por todo, intercambiando miradas cómplices. Sobre todo recuerda un momento, en una calle muy estrecha por donde no pasaba nadie, oyeron a alguien cantando flamenco, ninguno de los dos sabía que podía ser, si una bulería, seguiriya o una soleá, no entendían solo se quedaron parados escuchando la voz acompañada de un guitarra, el tiempo se paró un instante y hasta los pájaros dejaron de trinar. Cuando terminó miraron a su alrededor, la vida empezó a fluir en esa calle de nuevo ¿Que había pasado? Solo ellos lo vivieron, nunca después lo hablaron ni entre ellos ni con nadie…

El tercer café le ha puesto mas nervioso aún, mira el reloj de la barra y marca casi las seis, ve en la calle como una joven se levanta de una mesa de la terraza y abraza a un tío, parece que no se ven en años, no puede evitar pensar la suerte que tienen algunas. Carlos decide pagar y salir a la calle, no aguanta mas… En la Gran Vía con el ruido de siempre decide llamar a Oscar. No contesta. Entra de nuevo en la cafetería y deja un recado al camarero, describe como es Oscar y le dice que si aparece le diga que viene enseguida.

Durante años hizo como que no veía nada pero desde aquella primera vez con aquel tío del bar, supo que había habido otros, Oscar desaparecía días enteros sin decir nada, sin llamar, sin un mensaje, simplemente dejaba de existir. Luego volvía a presentarse en casa, siempre con un ramo de rosas y una sonrisa. Pero cada vez resultaba menos cursi, la sonrisa mas falsa y el perdón mucho mas difícil. Lo único que hacía que todo volviese a ser igual al cabo de los días era el inmenso amor que Oscar le tenía, Carlos lo sabía y que hubiese matado por él también, pero la relación que tenían no era sana, no podía acabar bien. Oscar vivía el momento, no le importaba mucho el futuro, cuando estaba con Carlos era feliz, se le olvidaba todo, vivía para él, nunca veía problemas, Carlos casi que tampoco, pero solo casi, su carácter ante los demás iba cambiando, siempre ha sido una persona mas bien seria y al principio le invadió esa vitalidad de Oscar que era mas que contagiosa. A lo largo de los años esa alegría fue desapareciendo y poco a poco se fue convirtiendo en alguien lleno de amargura mal disimulada, algo que le asfixiaba y que sin embargo cuando estaba con Oscar parecía desaparecer, solo lo parecía…

La Gran Vía rebosa actividad, gente extraña que invade las aceras, cerca de la cafetería está el Lope de Vega, Carlos se acerca mientras llama a Oscar por cuarta vez, sigue sin coger el teléfono, no cree que otra vez, que esta vez sea capaz de hacer lo de tantas veces, desaparecer. Esta enfadado, dolido, preocupado, no aguanta mas, tiene que terminar con esto, Oscar tiene que aparecer ya para cortar definitivamente, sin embargo ve la fachada del teatro donde ahora dan “Los Miserables” y tiene la idea de comprar un par de entradas. Esa dualidad es innata, por un lado le mataría y por otro le amaría hasta el fin. Siempre que desaparecía, al regresar, lo primero que hacía era respirar al saber que estaba bien, después venían los enfados, las broncas y todo lo demás…

Son mas de las siete de la tarde, la mezcla de rabia, enfado y preocupación va en aumento, sigue sin coger el teléfono y ya ha perdido la cuenta de las veces que ha llamado, apoyado en la valla de la salida del metro de Callao contempla la acera de enfrente, donde están los cines del Palacio de la Prensa, respira hondo, tiene la certeza de que aparecerá, por la mañana le recalcó varias veces que era importante lo que tenían que hablar y Oscar prometió ir sin falta. No le ve desde hace tres días aunque han hablado por teléfono varias veces. Se fija en una pareja de señores mayores, paseando agarrados de la mano, eso le provoca una leve sonrisa y cierta paz, piensa que algún día él podría estar así y sueña en que sea con Oscar a pesar de todo. Suena el teléfono, mira la pantalla, es Oscar –Se puede saber donde demonios estas, llevo mas de dos horas esperando- pero la voz al otro lado de la línea no es la suya –Carlos, soy Sonia- Su hermana –¿Que pasa? ¿Donde está Oscar?- Sonia solloza, se repone, hace un pequeño silencio y dice –Oscar ha muerto-.

jueves, 6 de octubre de 2011

La vida en un tren (de cercanías)

Por circunstancias adversas aunque necesarias durante unos días he recuperado la costumbre, buena o mala, depende como o a que hora se mire, de coger el transporte público para ir a trabajar. No se como hay gente que le tiene tanta manía a esto de montar en tren o en metro, vale que una vez que te acostumbras al coche como que te cuesta pero que queréis que os diga, tiene cierto encanto (veo vuestras caras pensando “este tío esta loco”).

Durante la cantidad de años que lo utilizaba a diario la rutina pasaba por que a primera hora vieses la cara de zombis que llevan algunos y que lejos de dar miedo dan cierta pena, tanto que te dan ganas de acercarte y echarles una mantita por encima para que sigan durmiendo. Eso si, como en una coreografía perfectamente estudiada, todos los días éramos los mismos y a la misma hora los que cogíamos el mismo tren y nos sentábamos en el mismo sitio, y si había algún cambio enseguida nos mirábamos todos y nos dábamos cuenta que algo raro pasaba. Ves pasar la vida sin decir ni mu, podías controlar, por ejemplo, el embarazo de aquella morena que se sentaba junto a la puerta del segundo vagón y que el día que faltó ya sabías que había parido, que a los cuatro meses regresó y volvió a sentarse en el mismo sitio, y como la chica de origen ruso que se sentaba en el asiento de enfrente la miró y la sonrió, convencida que todo había salido bien a juzgar por la cara de la joven.

O como los que van a la universidad, en función de que vayan los apuntes te enteras de la carrera que están haciendo. Y no me digáis que no intentáis leerlos por que lo hacemos todos, no se si por curiosidad o por pasar el rato del alguna manera pero al final se convierte en costumbre. Es como una  especie de Gran Hermano donde todos sabemos de todos solo que no nos pagan por soltarlo en la tele ni se entera nadie mas que los que nos vemos día a día en el vagón. Una especie de familia donde la única norma es no hablarse nunca a no ser que sea para pedir permiso para pasar y poco mas. El día que ves a algún amigo casi que prefieres que no te vea porque con la charla que debes tener llena de tópicos y compromisos, rompes de tal manera ese fino hilo invisible que te une a tus compañeros de vagón que sientes como te miran molestos. Eso si, al día siguiente todo esta olvidado.

Y todo esto entre libro y libro, por que en el tren se lee mucho, me atrevería a decir que mas que en ningún sitio. Yo al menos es donde mejor leo, en casa no encuentro ni sitio ni tiempo. En este sentido he visto estos días que ha cambiado cierta manera de leer, hay mucho ebook o libro electrónico aunque también mucha tablet, los mp3 de casi han desaparecido, ahora que menos que un mp5 aunque el Smartphone barre, valen para todo. La gente no solo lee, también consulta internet, chatea y hasta ve películas. Y pensar que no hace tanto tener un walkman era lo mas.

La parte negativa son las horas puntas, por mi horario en la ida me libro pero a la vuelta no. Ahí todo el romanticismo se pierde entre tantas almas, demasiadas para tan poco sitio. El sutil y plácido ecosistema de las mañanas se rompe y pasa a ser otro donde todos somos animales a la caza de un sitio donde sentarse, un hueco donde apoyarte o al menos un trozo de barra donde sujetarte. Las miradas cómplices pasan a ser casi asesinas como te adelantes a alguien y le robes el sitio. Aquí la leyes de igualdad es donde se cumplen mas a rajatabla, tanto que la ministra estaría orgullosa. Todos somos iguales, no existen ni hombres, mujeres o niños, lo mismo da la edad, la salud o si estas embarazada, simplemente somos fieras. En cuanto se abren las puertas del tren notas el cambio, no ves personas, solo enemigos a aniquilar, analizas el espacio libre, la manera de ocuparlo, a quien hay que derribar para ello y las posibles victimas. No me extrañaría que en breve los móviles incluyesen alguna aplicación con el plano de los vagones y toda la información que te hace falta para este cometido. Tu vida se ha convertido en un videojuego, tu eres Terminator.

Durante años esta fue mi película, ahora solo van a ser unos pocos capítulos de una miniserie que me valen para recordar todo aquello aunque con ganas de recuperar mi coche y seguir espiando a otros zombis, los de la M40, comedores de mocos y casi que con peor mala leche y mucho mas peligrosos, llevan un arma mortal en sus manos.

Si alguna vez veis a la morena, no le digáis nada, romperíais el hilo.
cercanias