miércoles, 19 de enero de 2011

10 Recuerdos de New York


1 – La ciudad Gris. La primera vez que vi Nueva York fue desde el monovolumen que nos llevaba del aeropuerto de Newark al hotel. La bruma causada por la contaminación no impedía ver a lo lejos el skyline mas famoso del mundo, en los días siguientes lo vi desde otros lugares y quizás mas impresionante. Lo que mas recuerdo de los primeros minutos en América fue la entrada a la isla de Manhattan después de cruzar por uno de los túneles que atraviesa el rio Hudson, y encontrarme de batacazo en un barrio de casas sucias, muy sucias, todo marrón oscuro, triste. El mismo color que se veía desde la habitación en la planta once del hotel en la octava avenida. Decepción.



2 – El sonido de Broadway, el ruido de los coches, la música de un descapotable con un negraco impresionante cargado de oro, te vienen a la cabeza todos esos personajes de series y películas, el traficante de barrio chungo… Todo esto envuelto de la maravilla de luz y color que es Time Square con todos sus carteles de publicidad, un sitio que cambia de decorado prácticamente cada día. Entonces no había tantas pantallas como he visto que hay ahora. Impresiona. Te dan ganas de saltar, de ponerte a bailar, a cantar, y puedes hacerlo, a la gente parece importarle un pito.



3 – El dolor de cuello que te produce mirar tanto rascacielos desde las aceras de cemento llenas de chicles pegados. Te parece mentira que la capital de mundo tenga unas aceras tan cutres y, un poco menos que anecdótico, mobiliario urbano tan cutre como las aceras. Claro que de todo esto te das cuenta después de que te ha dado tortícolis de tanto mirar para arriba.

4 – La gente. Las mil nacionalidades que pueden convivir en una misma ciudad y, aparentemente, sin problemas. Judíos ortodoxos con sus enormes sombreros negros, sus tirabuzones mas negros aún y sus abrigos y trajes también negros, y en Junio, cuando el calor ya empieza a apretar. Las ejecutivas y sus impecables trajes a primera hora de la mañana saliendo del metro con sus zapatillas de deporte en los pies y los zapatos de tacón en la bolsa. Las negras con sus tocados y postizos a cual mas extravagante. Esa taquillera que como si de una maquina expendedora de billetes se tratase ni se inmutaba si no le pedías en perfecto inglés yanqui lo que querías y esa amable hispanoparlante con la tez palidísima de no haber visto un rayo de sol en su vida, que nos echó una mano. La ecuatoriana que nos atendió en el McDonald y se extrañaba que estuviésemos allí en vez de en Francia viendo el Mundial de Fútbol. Los policías, muchos de ellos inmensas moles de carne y grasa, que te preguntas como defenderán al ciudadano a no ser que se tiren encima de los delincuentes aplastándolos en el acto.

Los hindúes/pakistaníes dueños de la mayoría de “Delis” de la ciudad, especie de ultramarinos donde también puedes comprar comida para llevar, en uno de estos vimos un ratón, se lo dijimos al encargado y ni se inmuto. Brókers comiendo a mediodía por todos lados en el barrio financiero de Wall Street, en envase de plástico, sentados en cualquier sitio de mala manera, me dieron cierta lástima, tanto dinero, tanto poder y no pueden disfrutar de un momento de relax comiendo en condiciones en una terracita (que no existen en casi toda la ciudad), en esto si que les podíamos dar algunas lecciones. Cientos de personajes anónimos mas que darían para otro blog en exclusiva.

5 – El Empire State, el edificio mas emblemático de la ciudad, el mas fotografiado, el que mas hemos visto en películas. Fue como entrar en el decorado de una de esas pelis aunque confieso que sin el encanto que esperaba, me hizo falta encontrarme con Gary Grant o Meg Ryan o que sonase alguna música especial, pero claro, no ocurrió.

6 – Las Torres Gemelas, el inmenso cuadro de Miró que había en el vestíbulo de la entrada, el ascensor que subía las 107 plantas en poco mas de 50 segundos, los asquerosos espaguetis que me comí en el restaurante de la última planta, sentir el aire en el ático viendo la ciudad por un lado y la estatua de la libertad a lo lejos por el otro. Y sobre todo, a día de hoy, saber que nunca mas podré hacer eso. Siempre podré decir que yo estuve allí.

7 – Los transportes. En bus turístico, previsible, vale que se hace una panorámica de la ciudad hasta cierto punto imprescindible pero no acabo de cogerle el punto, las ciudades se conocen pateándolas y perdiéndose en ellas para luego encontrarse. En metro, obligado. En barco, excursión gratuita para hacer fotos a la estatua de la Libertad desde el mismo transbordador que cogía Melanie Griffith en “Armas de mujer” hacia a State Island, las mejores vista de la ciudad se tienen desde este barco. Y por último en limusina, muchas risas, nos pareció una horterada, pero es que de turista uno es hortera y vale todo, recordad, nadie os conoce.

8 – El barrio chino, de arquitectura similar al resto. Me esperaba el tópico, calles estrechas, enrevesadas y me encontré las mismas cuadriculas y los mismos edificios que en el resto de barrios de esa parte de la ciudad, eso si, tiendas cargadas de imitaciones, bolsos, relojes, etc. Mañana de compras de suvenir para la familia. Little Italy, Soho, Tribeca o Greenwich Village son otros de los barrios de esta zona pero los vi desde el bus turístico así que poco que contar.

9 – El olor, sobre todo el que sale por las trastiendas de los restaurantes, a aceite de soja quemada, confieso que le llegue a coger cierta manía. El inevitable a contaminación. El del desodorante de los neoyorkinos, lo siento pero todos me olían igual. El del gel del hotel. El de los perritos calientes en los puestos callejeros que no pude probar por culpa de una inoportuna gastroenteritis que me lleve desde España. El del asqueroso café de esos mismos puestos que te venden por litros.



10 – Los rincones inesperados, entrar en hoteles de lujo como el Plaza con un comedor central con cuarteto de violines incluido, pudientes desayunando y turistas alrededor haciendo fotos, creo que en nuestro Ritz no dejarían hacer eso. El Marriot Marquis en pleno Time Square, casi desapercibido desde fuera con tanto cartel y sin embargo un impresionante hall con una altura de 45 plantas y una torre central donde nueve ascensores suben y bajan a velocidad de vértigo, risas en el ascensor con grabación de video incluida y parada a mitad de la bajada para recoger dos pudientes de color altísimos y con semblante serio, se nos cortaron las risas de golpe. Un restaurante cerca de nuestro hotel de cuyo nombre no consigo acordarme, solo recuerdo que estaba en español así que entramos por curiosidad, lástima que el ambiente no nos diese mucha confianza y que el dueño, que era de Santander, nos ofreciese el mejor “Steak” de la ciudad en vez de un chuletón como Dios manda, tampoco.

Tiffani sin Audrey, y sin un triste donuts para desayunar (aún me pregunto por que no entramos). La tienda Disney de la quinta avenida y sobre todo la FAO Schwarz, la tienda de juguetes donde se rodó aquella escena de “Big” con Tom Hanks tocando el piano gigante. Comer desde el puerto, en la terraza de un restaurante y tener de escenario el puente de Brooklyn, me pareció un pequeño lujo aunque la comida consistiese en un sándwich de pollo con Coca Cola, esto es América. Cruzar el puente de Brooklyn para al otro lado contemplar otra de las vistas imprescindibles del skyline de la ciudad con el puente en primer planto y de noche. Lo que me costó hacer la foto de rigor, entonces no había cámaras digitales y el resultado era una incógnita hasta revelar el carrete.

De todo esto hace ya casi 13 años y aún tengo el olor a aceite de soja pegado a la nariz, y la música del descapotable en los oídos… New York hay que conocerlo, hay que ir aunque sea una vez en la vida.

Para ver las fotos ampliadas, solo tenéis que pulsar en cualquiera de ellas

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